jueves, 9 de junio de 2011

Con tecnología, aprendices del SENA cumplen sueño de familia samaria de generar su propio combustible


A cinco kilómetros del norte de Santa Marta empieza a  vislumbrarse un lugar que encanta por la riqueza natural y variedad de árboles frutales y maderables, olores que cautivan los sentidos, sonidos que como el canto de los pájaros y el deslizamiento de las aguas del río Manzanares sobre las rocas, orquestan una ‘agradable y armoniosa bulla’.  En este ambiente se localiza la casa -finca “La selva de oro”, de dos hectáreas de extensión y ubicada en el corregimiento de Bonda, habitada hace más de 33 años por Olga Henao López, junto con cuatro de sus seis hijos y dos nietos.
Esta paisa oriunda de Bello-Antioquia, “echada pa’ lante” como ella misma afirma, ha surgido, poco a poco, con la cría de vacas, cerdos, gallinas, patos y peces.  Con los ingresos que percibía por la comercialización de los animales, construyó un kiosko, a la entrada de su finca,  para la venta de minutos a celular, bebidas, empanadas, buñuelos y chicharrones.
“Me encanta este lugar, vivir rodeada de naturaleza y con lo poco que tengo he podido levantar a mis hijos, darles todo lo que necesitan y, lo más importante, les he enseñado  a valorar el trabajo, la vida, a cuidar la tierra y los animalitos” expresa Olga.


Esta madre de familia siempre deseó ahorrar dinero en los servicios públicos de su hogar y obtener más ganancias con su negocio.  Su idea empezó a cobrar sentido el año pasado cuando leyó en un periódico local una nota sobre un grupo de aprendices del Centro Acuícola y Agroindustrial de Gaira, del SENA, que diseñaron el prototipo de un sistema llamado Biodigestor, para la producción de combustible, a partir de los desechos orgánicos.
Su persistencia la llevó a contactar al instructor del SENA y a los jóvenes encargados del proyecto. Luego de las preguntas, las dudas e inquietudes por parte de Olga y sus hijos, inició al sueño de la familia Quiróz Henao, construir su propio biodigestor y autoabastecerse con los recursos que le brinda la naturaleza.
“Tenemos tantas cosas lindas que nos da la naturaleza que ni las aprovechamos, los frutos, los ríos, el estiércol de los animales, que puede servir de abono. Lo único que hacemos es botar basuras y contaminar las aguas y más adelante nos vamos arrepentir de todo el daño que le estamos haciendo” puntualiza Olga.

A comienzos de este año, los  aprendices del programa ‘Mantenimiento Mecánico Industrial’ y el instructor de la especialidad le dieron forma a esta iniciativa.  Con pocos materiales, pero con muchas ganas y entusiasmo, comenzaron  la construcción del biodigestor tipo ‘salchicha’.

“El  biodigestor funciona mediante el deposito de materiales orgánicos en un recipiente, en el cual se descomponen estas sustancias, las cuales se transforman en biogás y en  fertilizantes. Los microorganismos bacterianos presentes en los excrementos de origen animal, al descomponerse producen una mezcla de gases con altos contenidos de metano, que es un combustible que puede ser utilizado como fuente de energía en  cocinas, para la iluminación, y en  instalaciones adaptadas para alimentar un motor que genere energía eléctrica” expresa el instructor y asesor del proyecto Jairo Daza Castro.
En una bolsa de polietileno de alto calibre se almacenan diariamente la mezcla de 75 por ciento de agua y 25 de estiércol.  Como resultado de esta mezcla, se genera el biogas que es conducido por una tubería hasta llegar a la estufa de este hogar, que permite, hace cerca de 2 meses, que doña Olga prepare, de manera efectiva y a bajo costo, los alimentos del hogar y de su negocio.
Un significativo ahorro para el bolsillo
Al despertar muy temprano con el cantar de los gallos, toda la familia se dispone a realizar sus labores: Jeniffer, la hija menor, es la encargada de recoger el estiércol de los cerdos, gallinas y vacas para rellenar el Biodigestor y disponer de este biocombustible para el transcurso del día; Kelly, la tercera hija, es la designada para arreglar a sus sobrinos y llevarlos al colegio; y Olga, mientras escucha la radio, es quien enciende la llama de su estufa y prepara un delicioso chocolate para el desayuno.
Con esa misma llama, Olga frita los buñuelos, empanadas y deditos para venderlos a los comensales que se acercan al lugar.
“Me siento muy contenta. Estoy ahorrando 43 mil pesos que cuesta la pimpina de gas, que antes tenía que comprar cada quince días. Ahora, yo les comento a todos mis vecinos lo bonito y útil que es tener un biodigestor y no sólo voy a darle uso en la cocina; voy a empezar a utilizarlo para tener electricidad,  ahorrar mucho más, y  seguir trabajando con este tipo de energía renovable” manifiesta Olga Henao.
Con  gestos de agradecimiento hacia los aprendices que la apoyaron, doña Olga, como cariñosamente la llaman los jóvenes, tiene abiertas las puertas de su casa para demostrarle a las lugareños y curiosos que existen otras estrategias para generar energía, con materiales económicos y con un adecuado manejo de los residuos animales.

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